México entre Estados Unidos y América Latina: liderazgo regional en un sistema internacional complejo

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Participación de México en la IV Reunión Ministerial del Foro China-CELAC | Imagen: Excélsior

El panorama internacional actual está marcado por la competencia entre potencias globales, la reconfiguración de las cadenas productivas y una América Latina dividida tanto en lo político como en lo ideológico. En medio de este escenario, México enfrenta el desafío de decidir si seguirá actuando como un socio subordinado a la agenda de Estados Unidos o si asumirá un papel más activo como referente regional, capaz de generar consensos y ofrecer bienes públicos a sus vecinos.

La respuesta a este dilema depende de su habilidad para equilibrar tres realidades: su interdependencia económica con el norte, la necesidad de legitimarse ante una región diversa y polarizada, y las limitaciones internas que condicionan su credibilidad. De ese equilibrio puede surgir un liderazgo regional pragmático, basado menos en la retórica diplomática y más en la coherencia, la capacidad de gestión y la provisión de soluciones concretas.

El dilema estructural: dependencia económica vs. autonomía política

Históricamente, la política exterior mexicana ha estado marcada por una tensión constante entre su integración económica con Estados Unidos y su aspiración de mantener autonomía frente a América Latina. Como explican Rafael Velázquez y Jorge Schiavon, la cercanía con el vecino del norte consolidó un patrón de dependencia que se profundizó con el TLCAN y posteriormente con el T-MEC, al punto de que más del 80% de las exportaciones mexicanas tienen como destino el mercado estadounidense (Introducción al estudio de la política exterior de México, 1821–2021).

Esta interdependencia, como señala la Revista Mexicana de Política Exterior (2022), restringe la libertad diplomática de México, ya que cualquier intento por diversificar sus vínculos hacia Asia o América del Sur enfrenta presiones estructurales derivadas de su relación con Estados Unidos. Sin embargo, esa misma posición también puede representar una oportunidad si se maneja de manera estratégica. De acuerdo con el Baker Institute (2025), México podría convertir su relación con Estados Unidos en una plataforma de integración productiva regional, incorporando a Centroamérica en cadenas de valor compartidas y fomentando un desarrollo más equilibrado.

En última instancia, la llamada “trampa estructural” no reside únicamente en la dependencia económica, sino en la falta de políticas que transformen esa integración en cooperación efectiva. México podrá proyectar un liderazgo regional real solo si logra que el T-MEC trascienda su dimensión comercial y funcione como un instrumento multilateral que promueva desarrollo, innovación y estándares laborales y ambientales comunes. Esto implicaría pasar de una visión de mercado a una estrategia de cooperación que fortalezca la estabilidad y la prosperidad en toda la región.

Migración y seguridad: espacio de negociación y de subordinación

La agenda migratoria se ha convertido en el eje central de la relación entre México y Estados Unidos. Según el Migration Policy Institute (2025), desde 2019 México ha asumido tareas de control fronterizo que antes correspondían a Washington, a través del despliegue de la Guardia Nacional y la implementación del programa “Quédate en México”. Si bien estas medidas reforzaron su papel como actor negociador, también trasladaron las prioridades de seguridad estadounidenses al ámbito interno, reduciendo su margen de autonomía.

Este escenario refleja un dilema estratégico: ganar capacidad de influencia mediante la cooperación inmediata, pero al costo de perder independencia en el largo plazo. Como señala Americas Quarterly (2025), la política migratoria mexicana ha funcionado como un mecanismo de contención para evitar sanciones económicas, lo que pone en evidencia la asimetría estructural que caracteriza la relación bilateral.

Para convertir esta dinámica en una oportunidad de liderazgo, México debe pasar de la contención al impulso de una cooperación integral. Esto implica promover proyectos de desarrollo en el Triángulo Norte, fortalecer los mecanismos de movilidad laboral y protección, y vincular la gestión migratoria con estrategias de desarrollo humano y seguridad compartida. De acuerdo con la Secretaría de Relaciones Exteriores (2018), solo a través de un enfoque regional de corresponsabilidad la migración puede transformarse de una fuente de vulnerabilidad en un eje de influencia constructiva.

Legitimidad frente a gobiernos polarizados: la trampa del silencio selectivo

La diversidad ideológica en América Latina —donde conviven gobiernos progresistas, conservadores y autoritarios— configura un entorno fragmentado que dificulta cualquier intento de liderazgo regional. En este contexto, México ha sostenido el principio de no intervención, inspirado en la Doctrina Estrada, como pilar de su política exterior. Sin embargo, la Revista Mexicana de Política Exterior (2022) advierte que aplicar este principio de forma rígida puede reducir la capacidad de influencia del país, al proyectar una imagen de neutralidad pasiva ante las crisis regionales.

Más que abandonar la no intervención, México necesita reinterpretarla. Un liderazgo regional efectivo requiere una diplomacia diferencial: mantener el respeto soberano, pero acompañarlo con mediación técnica y posturas firmes frente a desafíos comunes, como la migración o la erosión democrática. Según Modern Diplomacy (2025), México podría fortalecer su perfil internacional si traduce su papel de mediador en acciones concretas dentro de foros multilaterales, especialmente en la CELAC.

La Secretaría de Relaciones Exteriores ha impulsado este enfoque mediante diversas iniciativas de cooperación regional. No obstante, la legitimidad externa depende de la coherencia interna: la defensa de los valores democráticos y de los derechos humanos dentro del país es la base de la credibilidad mexicana. Sin esa correspondencia, la diplomacia corre el riesgo de quedarse en el terreno de la retórica, sin alcanzar un impacto real.

Credibilidad y capacidad institucional: el cuello de botella doméstico

El liderazgo regional que México aspira a ejercer enfrenta limitaciones derivadas de sus problemas internos. En 2024 se registraron 33,241 homicidios, lo que equivale a una tasa de 25.6 por cada 100,000 habitantes, un incremento del 6.7 % respecto a 2023 de acuerdo con datos del INEGI. Este nivel de violencia erosiona el poder blando y reduce la confianza de inversionistas y actores diplomáticos. A ello se suma la fragilidad institucional: el Mexico Country Outlook 2025 del Baker Institute advierte sobre el debilitamiento de organismos reguladores y la autonomía judicial, factores que limitan la capacidad de negociación del país. La impunidad —con cerca del 90 % de homicidios sin castigo, según Human Rights Watch (El País, 2025)— refuerza la percepción de un Estado débil.

En consecuencia, México no puede depender únicamente de discursos diplomáticos. Debe mostrar resultados concretos: fortalecer el sistema judicial (con autonomía real), garantizar transparencia en los organismos reguladores, y mejorar significativamente la seguridad. Solo así convertirá sus aspiraciones regionales en autoridad legítima y confiable.

Conclusión

El posicionamiento regional de México muestra una condición particular, en la cual su gravitación regional depende en buena medida de las asimetrías surgidas de su relación de interdependencia con Estados Unidos. La política exterior mexicana articula, en este sentido, un balance frágil entre márgenes de autonomía y vínculos de dependencia, que se ha expresado históricamente en estrategias diferenciadas de inserción regional. Cada logro diplomático ha ampliado espacios de acción externa, pero también ha abierto escenarios en los que han emergido nuevas modalidades de subordinación, lo que confirma la naturaleza dinámica y contradictoria de su proyección internacional.

La experiencia reciente en materia migratoria y de seguridad evidencia esta tensión estructural: las estrategias de cooperación han permitido a México mantener márgenes de maniobra, pero al costo de incorporar las prioridades estadounidenses en su propia agenda interna. Esta dinámica confirma que el liderazgo regional de México no se define por su capacidad de imponer directrices, sino por su habilidad para traducir presiones externas en legitimidad política y articulación regional.

En última instancia, la cuestión del liderazgo mexicano no reside en la búsqueda de hegemonía, sino en la gestión del espacio intermedio que ocupa entre el Norte y el Sur. Su potencial radica en actuar como mediador estructural dentro de una arquitectura hemisférica marcada por la asimetría, donde la influencia no proviene de la imposición, sino de la capacidad de transformar dependencia en articulación estratégica.

Daniela Macías Salgado
Daniela Macías SalgadoAutoraThis email address is being protected from spambots. You need JavaScript enabled to view it.
Daniela Macías Salgado es egresada de la Licenciatura en Relaciones Internacionales por la Universidad Autónoma de Baja California (UABC), campus Tijuana. Su formación se ha centrado en el análisis de la política exterior mexicana, la diplomacia y la geopolítica contemporánea, con énfasis en los procesos migratorios y las dinámicas transfronterizas entre México y Estados Unidos. Ha colaborado con organizaciones como Rotary International y Global Muners, y ha desarrollado proyectos enfocados en la comprensión de las identidades transnacionales y los desafíos actuales de la política internacional.